terça-feira, novembro 25, 2008

Los tres grados de amor



por A. W. Tozer

 

La frase «el amor de Dios» cuando la usan los cristianos, casi siempre se refiere al amor que Dios les tiene. Sin embargo, debiéramos recordar que también puede significar nuestro amor por él. El primer y más grande mandamiento es que amemos a Dios con todo nuestro ser. Todo amor tiene su origen en Dios y por esa razón es el amor de Dios mismo; sin embargo, se nos permite tomar y reflejar de vuelta ese amor de tal modo que en la realidad se convierte en nuestro amor, de la misma forma en que la luna refleja la luz del sol para crear la luz que ella irradia.

Algunos pensadores cristianos han dividido en dos clases el amor del cristiano: el amor de gratitud y el amor de excelencia.

El amor de gratitud

El amor que nace y surge de la gratitud lo encontramos en pasajes tales como Salmo 116.1: «Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas». En Primera de Juan 4.19 leemos: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero». Este es un amor propiamente dicho y legítimo, y Dios se complace en él, aunque se encuentre entre los amores más elementales e inmaduros de las emociones religiosas. El amor que es el resultado de la gratitud por favores concedidos tiene en sí cierto elemento de egoísmo o por lo menos se encuentra en el límite para tenerlo. . No obstante, la pura verdad es que este amor lo despiertan y lo provocan únicamente los beneficios recibidos.

El amor de la admiración

Un amor más alto y sublime es el amor de excelencia. Este surge después de considerar el glorioso Ser que es Dios, y tiene un elemento poderoso de admiración. «Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil», leemos en El Cantar de los Cantares 5.10, y el versículo 16 del mismo capítulo añade «Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable, tal es mi amado, tal es mi amigo...»

La diferencia entre este amor y aquel que surge por la gratitud es que sus razones son más elevadas y el elemento del egoísmo se reduce casi al punto de desaparecer. Debiéramos observar, sin embargo, que los dos tienen algo en común: ambos tienen razón de existir. El amor que puede ofrecer razones es un amor racional y no ha alcanzado el nivel de un estado de pureza completa y total. No es amor perfecto.

El amor superior

Debiésemos llevar nuestro amor a Dios más allá del amor de gratitud y el amor de excelencia. Hay un estado avanzado de amor que va mucho más allá que cualquiera de los amores mencionados anteriormente.

Incluso abajo en el nivel meramente humano es muy común encontrar el amor que va más allá de la gratitud o de la admiración. Es posible que la madre de un niño con alguna discapacidad, por ejemplo, lo ame con un afecto o cariño totalmente imposible de comprender. El niño no expresa ningún tipo de gratitud, i el pequeño no ha sido más que una carga desde el momento de su nacimiento. Esta madre tampoco puede encontrar un elemento de excelencia que admirar porque no existe. Sin embargo, su amor es algo maravilloso y tremendo. Sus tiernos sentimientos han devorado al niño y ella lo ha asimilado en su propio ser a tal grado que ella siente que son uno. Y en la realidad ella es uno con él emocionalmente. Su vida y la del niño están más unidas que durante el período sagrado de gestación. La unión que se realiza y obtiene por los corazones es más hermosa que cualquier otro sentimiento que se pueda experimentar por la carne y la sangre.

Este amor supera a la razón, es decir, ni siquiera intenta presentar razones ni explicaciones de su existencia. No dice «te amo porque»; sencillamente se limita a susurrar «te amo». El amor perfecto no conoce la palabra «porque».

Existe un lugar en la experiencia religiosa donde amamos a Dios por lo que él es, sin siquiera prestar atención a sus beneficios. Y hay un lugar donde el corazón no razona. Es verdad, es posible que tenga su origen más abajo, pero rápidamente se remonta a las alturas de la adoración ciega donde la razón se detiene y el corazón adora más allá de la razón. Lo único que exclama es: «Santo, santo, santo» aunque a duras penas sabe lo que ello significa e involucra.

Aunque todo esto les parezca demasiado místico, muy poco real, no podemos ofrecer pruebas, ni nos esforzamos en defender nuestra posición. Esto lo pueden comprender únicamente aquellos que lo han experimentado. Es probable que la mayoría de los cristianos de nuestra era lo rechacen, y los miembros de la mayoría de las congregaciones lo querrán descartar como ridículo, absurdo y descabellado. ¡Así será! Algunos leerán y reconocerán una descripción exacta, precisa, puntual y certera de las elevadas cumbres iluminadas por el sol donde ellos han llegado, aunque sea por períodos breves, y donde anhelan regresar. ¡Y para ellos no habrá necesidad de presentar pruebas!


Tomado y adaptado del libro La raíz de los justos, A. W. Tozer, Editorial Clie, 1994

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